La superación del antiguo recinto amurallado de La Seu d’Urgell, a partir de finales del siglo XIX, incidió de manera desigual en los espacios anexos. El área situada al este del casco antiguo, protegida por el desnivel de la terraza fluvial, tenía pocas posibilidades de crecer.
En cambio, la zona de poniente experimentó un proceso de crecimiento acelerado. El espacio del antiguo foso, recorrido por una acequia que flanqueaba la muralla de poniente, se reconvirtió en un paseo que se empezó a urbanizar a partir de principios del siglo XX, y que acabaría consiguiendo una centralidad fáctica por su proximidad al casco antiguo y sus buenas expectativas respecto al camino que llevaba a Castellciutat, futura calle de Sant Ermengol, donde se concentraron las primeras dinámicas expansivas de la ciudad. El paseo Joan Brudieu, con su triple hilera de frondosos plátanos centenarios, se ha convertido en el corazón de la ciudad.