En la Edad Media, en un momento de expansión demográfica y económica en los Pirineos, el núcleo de La Seu d’Urgell se articulaba a través del eje que actualmente configura la calle de los Canonges.
La potencia económica de este eje se configuró a partir de una actividad básica para el desarrollo económico de todo el territorio, la explotación ganadera y el negocio de la carne. En toda la calle abundaban los carniceros, poderosos negociantes que se habían enriquecido con el negocio de la carne y que, como en la actual industria, necesitaban una serie de equipamientos y servicios que permitiesen el buen desarrollo de su actividad, como el matadero o un almacén de sal a la entrada de la villa donde se almacenaba la sal proveniente de Cardona, que era un producto básico para la conservación de la carne. Al pie de la calle se hallaba también la calería, donde eran eliminados los residuos orgánicos de esta actividad con la aplicación de cal viva.
Junto con el negocio de la carne, había otros sectores prósperos en La Seu d’Urgell medieval que también dependían de la actividad ganadera, como los fabricantes de chapines y los zapateros, que dependían de la piel y los cueros del ganado para fabricar sus productos.
En la parte alta, sin embargo, la calle cambiaba de fisonomía: era la parte ocupada por los palacetes de los obispos y los canónigos que, a partir de finales del siglo XIII, abandonaron su residencia común alrededor de la catedral para ir a vivir en esa calle. De ahí le viene el nombre.